miércoles, 29 de octubre de 2008

Sentado

en el piso del metro y recargado en la puerta que si se abre lleva de un vagón al otro, observaba a la gente, fue de esas ocasiones en las que se olvida el libro en casa y no se puede hacer más. De repente, se comenzó a llenar el vagón en el que viajaba y quedaron frente a mí, un par de niñas que acababan de salir de la escuela, y su mamá. Una de las niñas era unos tres años mayor que la otra y era como 30 centímetros más alta. La chiquita, cargando su mochila y jugando muy alegre con su muñequita, volteó a ver a su hermana y comenzó a poner una cara de desaprobación a lo que observaba. Dos segundos después, le cayó en la cara y uniforme escolar la guácara de su hermana mayor...

-Mamá, mira a Micaela, ya se vomitó otra vez, sieeeeeempre hace lo mismo.
-Ay Micaela, mira nomás como dejaste a tu hermana!!!
-Por favor límpiame los ojos, que no puedo ni ver... (pero nunca gritó ni perdió la compostura)

Yo no pude hacer otra cosa que aguantarme la risa y la admiración ante esa tranquilísima reacción de la genial y pequeña Dalai Lama. Claro que antes, verifiqué que no me hubiera salpicado... jajajajajaja

3 comentarios:

the lines on my face dijo...

jajajaja no manches, a mi me hubiera dado mucho asco! eso me pasaba muy seguido con mi hermano cuando viajábamos... después de un tiempo te acostumbras y ya ni reclamas ni gritas, sólo te limpias o terminas diciéndole a tu mamá que te tendrá que comprar otros pantalones....
jajaja buena narración!

Manolo dijo...

uorale, pobres niñas, una por vomitar y otra por aguantar, y pobre mamá también

Javiere dijo...

lines, que horror, yo solo recuerdo una vez en la que vomité en un autobús, pero sin agraviar a nadie, jajaja, menos mal.

Manolo, pos sí, las tres en situaciones completamente indeseables, ni pex.